sábado, 29 de agosto de 2015

1. Imperio Bizantino

EL IMPERIO BIZANTINO


El imperio Bizantino es el mismo Imperio Romano de Oriente. Al morir el emperador romano Teodosio, dejó en su testamento la división del imperio entre sus dos hijos: el mayor, Arcadio, recibió el Oriente, países de habla griega y el menor, Honorio recibió el de Occidente, los países de habla latina. El imperio Romano de Oriente tenía como capital a Constantinopla y el de Occidente a Roma.
Además contaron con la ayuda de diferentes pueblos bárbaros que en su contacto hicieron parte de su civilización. Estos pueblos proporcionaron excelentes tropas, hábiles generales y emperadores recios.
El imperio Romano de Oriente duró mil años más que el de Occidente. Algunos emperadores buscaron en Roma sus tradiciones, sus símbolos y sus instituciones. Un ejemplo de esta búsqueda es la pertenencia de los ciudadanos bizantinos al Imperio Romano y la conciencia de que hacía parte de un imperio universal unificado por el cristianismo.
Sin embargo algunas características romanas se mezclaron con las griegas. Una de las principales causas para esta mezcla fue el uso del idioma griego en este territorio, que los distanciaba del latín y del resto de la cultura romana.
Grupos de Germanos durante los siglos IV y V, invadieron tanto el imperio Romano de Occidente, como el de Oriente. Sin embargo, los emperadores del Imperio Romano de Oriente, ayudados por los aspectos geográfico y  social, lograron detener invasiones, migraciones e incursiones de los godos y de los hunos.
Sin embargo, a mediados del siglo VI, los lombardos invadieron y ocuparon de forma gradual parte de la antigua Italia Bizantina, excepto Roma, Ravena, Nápoles y el sur. A la vez, los ávaros realizaron incursiones y despoblaron parte de los Balcanes Bizantinos.


Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio romano de Oriente en el 330, después de que Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, la fundara en el lugar de la antigua ciudad de Bizancio, dándole su propio nombre. De forma gradual la desarrolló hasta convertirla en una verdadera capital de las provincias romanas orientales, es decir, aquellas áreas del Imperio localizadas en el sureste de Europa, suroeste de Asia y en el noreste de África, que también incluían los actuales países de la península de los Balcanes, Turquía occidental, Siria, Jordania, Israel, Líbano, Chipre, Egipto y la zona más oriental de Libia.

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